Jesucristo, ¡Dios encarnado! ¿Cómo sería? ¿Qué obras realizaría? ¿Qué relación tendría con el Padre una vez estuviera aquí en la tierra ? ¿Cómo podría la gente saber que Él era Dios? ¿Obligaría a la gente a creer en Él? ¿Qué pasaría con quienes no lo reconocieran como Dios? ¿Y qué pasaría con quienes sí creyeran en Él y lo siguieran? ¿Qué esperaría de ellos el Dios encarnado?
¡Dios encarnado !Esto resultaría difícil de creer para algunos, pero su respuesta de fe o de incredulidad les significaría la diferencia entre la vida o la muerte.
Los otros tres Evangelios y a habían sido escritos; pero, con el paso del tiempo, se hizo evidente que hacía falta uno más. Hacia falta un Evangelio que respondiera a las anteriores, y otras preguntas; un Evangelio que trajera luz a las sombras de duda. Fue así como, hacia el año 8 5 d.C., el apóstol Juan respondió al llamado de Dios para escribir un cuarto y último Evangelio; uno que presentaría con claridad a Aquel que vino a revelar al Padre.