Declaración de fe

  1. Creemos en la Santa Trinidad:

Creemos que el único Dios Verdadero se manifiesta en tres personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Jesucristo es el Único mediador entre Dios y los hombres, y por eso no confiamos ni en estatuas, imágenes, vírgenes, “santos”, o mediadores humanos. Tenemos una relación personal e íntima con Dios por la fe en Jesucristo (Juan 17:3; 1 Timoteo 2:5).

Creemos que somos bautizados por el Espíritu Santo desde el momento en que se nace de nuevo por medio de la fe en Jesucristo. El fruto del carácter cristiano es la evidencia más importante de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (1 Corintios 12:13, 31; 13:13; Gálatas 5:22, 23).

Creemos que Dios ha dotado a todo miembro del cuerpo de Cristo de dones espirituales para edificar a la Iglesia. Los dones más importantes son los que más ministran a otras personas, y por eso el don de hablar en lenguas es de menos importancia que hablar a los demás para edificación, exhortación y consolación (1 Corintios 12:28-31; 14:12-19).

  1. Creemos en la salvación solamente por fe:

Creemos que toda persona es pecadora, separada de Dios y necesita ser salva de la condenación eterna. Cuando una persona escucha el mensaje de Cristo y cree en Él, por gracia, por medio de la fe, él recibe al Espíritu Santo en su corazón y nace de nuevo. La salvación no se gana por buenas obras o ritos religiosos, sino que es un regalo de Dios. En gratitud por ese regalo, nos comprometemos a servir al Señor con todo el corazón (Juan 1:12; 5:24; 2 Corintios 5;14, 15; Efesios 2:8-10; Tito 3:5).

Creemos que la salvación eterna depende absolutamente de la gracia de Dios; por eso, los verdaderos creyentes no perdemos la salvación porque hemos sido sellados por el Espíritu Santo en el momento de nacer de nuevo. Un hijo de Dios que peca estará disciplinado por su Padre Celestial, pero no se le saca de la familia. Nada ni nadie puede de las manos del Padre, ni quitarle la vida eterna (Juan 10:27-29; Romanos 8:1, 38, 39; Efesios 1:13; Hebreos 12:1-11; 1 Juan 5:12, 13).

  1. Creemos en la Iglesia:

Creemos que la Iglesia es el cuerpo de Cristo en la tierra hoy, conformado por todos lo que hemos nacido de nuevo por fe en Jesús. La Iglesia debe bautizar en agua, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, a los discípulos que confiesan con su boca que Jesús es el Señor. Como discípulos debemos perseverar en la doctrina de los apóstoles, en la comunión los unos con los otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y como los cristianos del primer siglo, debemos dar generosamente en nuestra administración del 100% de todos los bienes que Dios provee. Pero el cristiano debe dar de corazón, sin ser obligado o manipulado. Celebramos cada semana la Cena del Señor hasta la segunda venida del Señor, para recordar lo que él hizo por nosotros en la cruz(Mateo 6:1-4, 19-21; 23:23, 24; 28:18-20; Hechos 2:41-47; romanos 10:9,10; 2 Corintios 9:6-8).

Creemos que los cristianos debemos compartir nuestra fe para que otros conozcan la salvación y la vida eterna. Cada miembro de la Iglesia tiene dones espirituales, somos hermanos, y no creemos en la distinción entre clérigos y laicos. Todos debemos colaborar para edificarnos mutuamente. Ancianos, obispos o pastores (plural), hombres espiritualmente maduros, moralmente irreprensibles y ministerialmente capaces, deben liderar la Iglesia. Jesús es la única cabeza de la Iglesia, y todos los creyentes verdaderos somos sacerdotes. Pastores no deben enseñorearse sobre la grey, sino servir y liderar con un ejemplo de sacrificio y humildad. En hombre debe tomar liderazgo en la familia y la Iglesia, y la mujer debe colaborar como ayuda idónea en ambos contextos. La mujer no debe enseñar o ejercer autoridad sobre el hombre (Mateo 23:8-12; Lucas 9:23; 1 Corintios 11:3; Colosenses 1:18; 1 Timoteo 2:12; 3:1-7; tito 2:3-5; 1 Pedro 5:2, 3).

  1. Creemos en el amor a Dios y al prójimo:

Creemos en el primer mandamiento que debemos amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón, toda el alma, toda la mente y todas nuestras fuerzas. Ese amor se manifiesta en adoración individual y colectiva en espíritu y verdad. Queremos adorar a Dios con emoción y entusiasmo, pero sin fanatismo. Amar a Dios también debe resultar en obedecer preceptos bíblicos de vivir en santidad por el poder del Espíritu Santo en la familia, la Iglesia y la comunión (Mateo 22:37, 38; Juan 4:23,34; 14:15; Gálatas 5:16-23).

Creemos en la importancia del conocimiento de la Biblia, leyéndola cada día para ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento por la Palabra de Dios. La predicación y la enseñanza deben basarse únicamente en la Biblia (Mateo 4:4; Romanos 12:1, 1; 2 Timoteo 3:16, 17).

Creemos en el poder sobrenatural de Dios. Por eso oramos. Dios puede obrar milagrosamente y sanar instantáneamente. Pero Él también puede utilizar médicos, hospitales y medicina en el proceso. Satanás y los demonios existen, pero han sido vencidos por la sangre de Cristo. El Espíritu de Cristo en nosotros es mayor que el poder de las tinieblas. Por eso, debemos concentrarnos en nuestra relación con Cristo, poniéndonos toda la armadura de Dios para estar firmes contra las asechanzas del diablo. Algunos pocos que no se han reconciliado con Dios están endemoniados y necesitan liberación de los demonios. Las multitudes necesitan poner su fe en Jesús y serán liberados del poder del pecado al conocer y aplicar la Palabra de Dios (Juan 8:31-36; Efesios 2:1-8; 6:10-18; 1 Tesalonisenses 5:16-18; Santiago 5:13-16; 1 Juan 4:4; Apocalipsis 12:9-12).

Creemos que Dios provee materialmente para nosotros, sus hijos. Por eso, le damos gracias antes de comer, y por toda la provisión. Pero Dios no está obligado a someterse a nuestros deseos, sino nosotros a Su voluntad. No hay una abundancia material garantizada. Dios aún puede utilizar dolor físico y escasez material para lograr Su propósito de conformarnos a la imagen de Su Cristo. En medio de la tribulación de este mundo tenemos la oportunidad y responsabilidad de amarnos los unos a los otros. Esta es la característica distintiva muy importante de la Iglesia, y la manera en que esperamos que el mundo sea convencidos a comprometerse con Jesucristo y llegar a ser Sus discípulos en el contextos de la familia de Dios (Mateo 12:9, 10; Filipenses 4:11-13; 1 Timoteo 6:6-8, 17).